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viernes, 16 de septiembre de 2011

Versión 1. Capítulo 1

Versión 1



Angels.
Capítulo 1.
¿Quieres ser mi amiga?

Cierto día, en casa del caballero de oro de Escorpio se encontraban todos los caballeros reunidos, incluidos los chicos de bronce. Cosa extraña, ya que los caballeros preferían reunirse en casa de Mu para no subir los escalones de sus respectivas casas. Pero como el día anterior Kanon rompiera el televisor de plasma del caballero de Aries, este les echara y a Camus se le ocurrió la genial idea de invadir la casa de su mejor amigo. Quizás una de las razones por las que estuvieran allí era porque Milo estaba afligido porque la noche anterior se habían ido de parranda y no consiguiera a ninguna chica, o tal vez fuera porque su escorpión favorito desapareciera. Quien sabe.

—Venga Milo. No conocer a ninguna chica no es motivo para afligirse.—dijo Camus intentando consolar a su mejor amigo.

El santo de Escorpio se le quedó mirando como diciendo “fue a hablar el que se las llevó todas”.

—Si no solo es por eso. Antares se ha perdido.—se excusó Milo.

—¿Antares?—preguntó Saga.

—Mi escorpión favorito.—respondió Milo.

De repente, subiendo las escaleras, aparecieron tres chicas. La que iba delante tenía trece años, el pelo azul, los ojos negros y pinta de pija. Detrás de ella subían las otras dos, ambas de veinte años. Una de ellas era pelirroja, con el flequillo de lado que le tapaba un ojo y con los ojos verdes. La otra tenía con el pelo violeta, flequillo normal y los ojos azules. He de añadir que las dos últimas tenían un cuerpo de impresión, pero parecían enfadadas (llevaban los brazos cruzados, cara de mala leche e iban dándoles patadas a las piedrecillas). A Camus y a Milo se les iluminaron los ojos al ver a la pelirroja y a la ojos azules, respectivamente, aunque al santo de Escorpio también se le fue la vista.

—¿Sabéis dónde se encuentra la señorita Saori Kido?—preguntó la del pelo azul.

—¿Quién lo pregunta?—preguntó Aioros.

—Linda Kirsel, reencarnación de la diosa Ártemis.—respondió la de pelo azul.—Y estas son mis protectoras.—dijo mirando a las dos chicas que iban detrás de ella.—La pelirroja es Nora, la Angel Caída, y la de los ojos azules es Yunia, Angel Torturada.

—Nosotros somos los caballeros de oro. Mayores defensores de la diosa Atenea.—dijo Shion dándose mucha importancia.—Yo soy Shion, el gran patriarca, y estos son: Mu, caballero de Aries y Kiki, su aprendiz; Aldebarán, caballero de Tauro; Saga y Kanon, caballeros gemelos del signo de Géminis; Máscara de la Muerte, caballero de Cáncer; Aioria, caballero de Leo; Shaka, caballero de Virgo; Dokho, caballero de Libra; Milo, caballero de Escorpio; Aioros, caballero de Sagitario; Shura, caballero de Capricornio; Camus, caballero de Acuario y Afrodita, caballero de Piscis.

—¿Para que queréis ver a Atenea?—preguntó Shura.

Linda se pensó un poco la respuesta.

—Por motivos personales.—respondió la reencarnación de Ártemis.

Los caballeros se reunieron y luego de pensarlo un rato decidieron su respuesta.

—Muy bien. Os dejaremos ver a la diosa Atenea. Pero os tenemos que acompañar.—contestó Shion.

Y allí se fueron. Linda y Shion iban en cabeza. Los caballeros de oro detrás y al final Yunia y Nora que seguían enfadadas.

—¿Qué os pasa?—les preguntó Camus.

—Sí, lleváis todo el rato igual.—apuntilló Shura.

Nora y Yunia intercambiaron una mirada.

—Pues verás. Nosotras estábamos maravillosamente en nuestra enorme piscina.—empezó Nora.

—Pero a Linda se le metió en la cabeza conocer a su ídolo. Saori Kido. Y claro, como tenemos que protegerla porque es la reencarnación de Ártemis y bla, bla, bla. Nos arrastró, como quien dice, aquí.—terminó Yunia, esta tenía una voz fría que impresionó a todos los Santos, aunque estos se cuidaron bien de no mostrar su expectación ante la frialdad de una joven de apariencia normal.

—¿Sólo es por eso?—preguntó un poco decepcionado Aldebarán.

—¡Te parece poco!—exclamó sorprendida Nora.

—Eso sin contar que nosotras tenemos que hacer de comer, limpiar la mansión entera una vez a la semana, darles de comer a sus cincuenta perritos, bañarlos, cortarles el pelo y las uñas, entrenarlos…—siguió Yunia, su insensible tono de voz le daba un aire distinto a la frase.

—Y lo mejor de todo. ¡Todos los días nos tenemos que levantar a las cinco de la mañana para entrenar!—añadió como guinda al pastel Nora.

—¡Buda mío! Menudo karma de vidas pesadas lleváis.—exclamó Shaka abriendo los ojos.

—¿Y cómo aguantáis en pié todo el día con esas condiciones?—preguntó Aioros.

Ellas se limitaron a encogerse de hombros.

—Una se acaba acostumbrando.—respondió la Angel Caída.

—Pero eso no implica que nos tengan que gustar esas condiciones para vivir.—replicó la Angel Torturada.

Por suerte, Linda no se había enterado de nada de lo que hablaban sus Angels con los caballeros, puesto que iba muy ocupada en subir las escaleras sin perder la compostura.

—¿Cómo hacéis para que la falta de sueño no os estropee la piel?—preguntó Afrodita.

Ártemis giró disimuladamente la cabeza en ese momento hacia allí. Tenía la impresión de haberse perdido una buena conversación, a si que ahora iba a estar atenta.

—Ah, eso. Pues al acostarnos nos ponemos una mascarilla natural y dos rodajas de pepino en los ojos.—respondió tranquilamente Nora.

—¿Con qué hacéis la mascarilla natural?—siguió Afrodita atento (¿o será atenta?) a su nuevo truco de belleza.

—Trituras cien gramos de cacahuetes, cincuenta de almendras y treinta y seis de nueces. Lo mezclas todo y añades dos cucharadas de aceite de oliva. Luego coges dos yogures naturales sin azucarar, los pones en un bol de cristal y lo metes dos horas en la nevera. Luego lo mezclas con la otra mezcla y lo metes media hora en la nevera. Cuando vayas a dormir lo pones a modo de mascarilla y pones las dos rodajas de pepino encima de los ojos. ¿Nos lo habías explicado así, no Linda?—respondió Yunia. Afrodita había sacado una libreta y estaba apuntando el truco.

—Sí, exactamente esas fueron mis palabras. Hay que ver la memoria que tenéis.—respondió Ártemis.

De repente, delante de Linda apareció un caballero de Hades armado con una katana. Linda chilló al ver como la katana iba directa a su cabeza, pero Yunia dio un salto y se interpuso entre Linda y el sable flexionando el brazo izquierdo. El filo del sable se clavó en el antebrazo de la Angel. Mas esta ni se inmutó ante el golpe que le había roto el antebrazo y levantando la pierna con rapidez le dio una patada que le rompió el cuello(algo que sabían todos, pues se había oído un simpático “Clack”.). Nora se apresuró a cogerle por el cuello.

—¿Quién te envía?—preguntó Nora.

—Hades, ¿quién si no?—respondió el caballero.

—Mientes, ¿quién te envía?-—dijo Nora apretándole más el cuello con la mano.

—No te lo puedo decir.—contestó el caballero. La Angel Caída apretó más aún su cuello.—Está bien. Te lo diré si me dejas marchar.

—Di.—dijo secamente Nora.

—Me envía Kartsa, amazona negra de las dagas. Ella y el señor de las tinieblas han hecho un trato.—respondió el caballero. Yunia le dirigió una mirada de “¿y cual es el trato?”.—Ella tiene que mataros a ti, a la otra Angel y a la reencarnación de Ártemis y él a cambio le proporciona caballeros negros y si lo consigue le dará la inmortalidad y la juventud eterna. Aunque diría que eso más bien le importa poco. Dice que con matarte a ti se contentaría.—el caballero miró a Yunia.—Pero que si aun por encima le dan la juventud y la vida eterna, pues encantada de la vida.

—¿Ah, sí? Yo diría que se confía demasiado.—dijo Yunia. Aunque nadie lo notó, la mirada de la Angel Torturada se volvió triste y angustiosa.—¿No te parece?

—Ni siquiera me has matado con tu patada. No creo ni que seas capaz de matarme a mí.—respondió el “jicho” de la katana.

—¿De verdad? Por favor Nora, ¿me dejas?—preguntó Yunia mirando a su amiga. La Angel Caída asintió con la cabeza mientras soltaba al caballero y dejaba vía libre a Yunia.—Comprobémoslo.

Yunia se acercó al caballero con las manos en puños y haciendo estralar los dedos.(Un gesto bastante amenazador y MUUUUUUUYYYYYYYY típico). El caballero chilló de miedo y echó a correr por patas. Pero como corría a lo loco, no se había dado cuento de que delante de él había un acantilado. Y calló por él. Nora bufó divertida.

—Palurdo.—comentó Yunia.—Sigamos subiendo escaleras. Si no, no llegaremos nunca.

Yunia se llevó la mano derecha a la herida, que no paraba de sangrar. En el momento en que su mano tocó la herida, esta se curó.

Las Angels volvieron a ponerse al final de todo de la comitiva y todos siguieron caminando.

—Vaya. Qué divertido.—dijo Máscara de la Muerte.—¿Qué has hecho para provocarle semejante reacción?—inquirió MM mirando a la Angel Torturada.

—¿Yo? No hice nada. Simplemente me preparaba para matarlo de un minigolpe, ya que no lo maté con la patada porque no me convenía.—respondió Yunia.

—¿Esperabas otra reacción de semejante P-R?—preguntó Nora, divertida.

—¿P-R?—preguntó Aldebarán.

—Pringao-rajao.Se lo inventó Aurora, la hermana de Livia.—aclaró la Angel Caída riéndose, aunque claro está que ellos no entendieron esa aclaración pues no conocían a ninguna de las dos chicas que Nora mencionara.

—¿Estás bien?—preguntó Milo dirigiéndose a la Angel Torturada. (No sé si os habréis dado cuenta de que Milo estaba preocupado por Yunia por cierta razón especial… Llamada amor).

—Sí. Cosas como esta pasan a todas horas.

Llegaron al templo de Atenea sin más interrupciones. Linda y Saori se hicieron amiguísimas del alma y Linda invitó a cenar el sábado a Saori y sus caballeros. (Ártemis se había dado cuenta de que había algo más que amistad entre sus defensoras y algunos de los defensores de Atenea. Así que los invitara para facilitar lo que hubiera ahí).

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